martes, 29 de noviembre de 2011

Cómo hacer que las estrategias se conviertan en acciones concretas

¿Cuántas veces pensamos que hay una gran distancia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que finalmente hacemos?.

Me planteo en las últimas semanas que uno de nuestros principales objetivos como managers es el de mover a nuestros equipos y a la organización entera, hacia una meta común, entendida por todos de la misma forma, sin interpretaciones ambiguas ni diferentes que se conviertan en acciones dispersas y erróneas.

Para ello, las estrategias deben emanar del corazón mismo de la dirección de la compañía, fluyendo hacia abajo a través de los distintos órganos que constituyen el esqueleto vertebrador de toda la compañía; hablo especialmente de los mandos intermedios, que son en definitiva los responsables que están en contacto directo con las personas que hacen posible que la organización se mueva.

Sucede a menudo que desde que se gestan las principales estrategias de la compañía y se convierten en acciones a llevar a cabo, hasta que llegan al último de los empleados que deben ejecutar lo acordado, ocurren diferentes situaciones que hacen que los objetivos no lleguen adecuadamente a su destino: intereses particulares, actitudes negativas, resistencias al cambio, mensajes no precisos o ambiguos, falta de sincronización entre los distintos departamentos, ...

Veo a la organización como un todo en el que dirección, mandos intermedios y empleados funcionan como capas entrelazadas perfectamente unas con otras, donde la información necesaria fluye en ambos sentidos, y donde las acciones que se llevan a cabo se corresponden inequívocamente a las estrategias fijadas.

Para que esto ocurra, debe existir un elemento integrador que haga posible todo este proceso; hablo precisamente de la confianza. Sin confianza surge la desconexión, la pérdida de información entre el origen de la estrategia y la ejecución de la acción. De este modo el rumbo de la compañía será confuso.

Y me refiero a una confianza en ambos sentidos, tanto hacia arriba (confío en que la estrategia dictada por la dirección es correcta) como hacia abajo (confío en que las personas que tengo a mi cargo serán capaces de desempeñar adecuadamente la tarea encomendada).

Por último, considero que el ejemplo que damos los managers al resto de la organización debería ser ejemplar. La confianza de los empleados en nosotros se afianzará cuando lo que pensamos, decimos y hacemos sea congruente.


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